La hija de los dioses

Los dioses quisieron hacerme un regalo y me enviaron a una de sus hijas. Salió de entre la multitud y aunque yo la reconocí al instante ella no reparó en mí hasta que casi me tuvo encima. Seguro que fue mi sonrisa, inevitable señal de mi satisfacción al encontrarme con ella, la que me delató. Aproveché los besos en la mejilla de nuestro saludo convencional, para tener el primer contacto con su piel y su aroma y así sintetizar el conjunto. Algo nerviosos empezamos a caminar avenida abajo, charlando sobre la primera banalidad que saqué de la chistera, a la vez que con el rabillo del ojo trataba de observar la figura de aquella mujer. Era esbelta y eso le daba un cierto aire de fragilidad que tanto nos encandilan a los hombres. Su sonrisa, amplia y luminosa, me atrajo con descaro. No quería perderme ni un solo detalle de su mirada, tan dulce como la miel que daba color a sus ojos.

Pensé que un encuentro como aquél, merecía el mar como testigo. Y allí fuimos. La música del oleaje y el tono cálido de sus palabras formaban una partitura que me transportó hasta su Olimpo. Y así, entre sonrisas, miradas de fuego, manos que intentan enlazarse, transcurrió nuestra cena. Entre penumbra y deseo. Quería besar aquellos labios, buscar el nido de su lengua para enroscarme con ella y apretarme a su cuerpo en un abrazo sublime. Deseaba sentir el tacto de su piel y que su olor impregnase hasta el último milímetro de mi cuerpo…

“… y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua...”
Esas palabras resonaban en mi cabeza cuándo desperté esta mañana de mi sueño. El olor a jazmín que exhalaba mi cuerpo, la sonrisa dibujada en mis labios y el sabor a fruta madura que aún guardaba mi lengua me hicieron pensar en el fantástico regalo que los dioses me habían hecho.
10 comentarios
Para Kaleidoscopio dándose ahora cuenta de mi transmutación -
Kaleidoscopio -
Para Kaleidoscopio pasándole cuentas a los dioses -
A Eliza guardando el turno de su sueño -
Para Noa- por la fusión a través de la unión -
Para noemí, por partes -
Kaleidoscopio -
Eliza -
Noa- -
Saludos
noemi -